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El dilema de las redes sociales: ¿Conexión o cautiverio?

  • Foto del escritor: Garbo Novel
    Garbo Novel
  • 31 oct 2020
  • 8 Min. de lectura

El internet ha probado ser una herramienta formidable; rápida y eficaz, nos ha permitido conectarnos como nunca. Sin embargo, tiene su lado oscuro. Detrás de cada post, video, like o retweet se encuentran mecanismos automáticos, sin supervisión, que responden a los fines meramente económicos de las grandes corporaciones. ¿Hasta qué punto las redes sociales nos conectan? ¿Hasta qué punto nos encierran? ¿No será, acaso, que hemos construido una telaraña perfecta para la humanidad?

 

Introducción


Recientemente, como parte de una actividad escolar, se me pidió observar el documental de Netflix, estrenado en septiembre de este año, titulado “El dilema de las redes sociales”. Dirigido y escrito por Jeff Orlowsky, este largometraje se enfoca en explorar las consecuencias sociales que han tenido el uso masivo de las redes sociales durante la última década. Cuenta dentro de su narrativa las historias de miembros (exempleados, exjefes y fundadores) de las más grandes compañías tecnológicas del mundo, como lo son Google, Facebook, Twitter, Pinterest y Uber, quienes desilusionados con el sistema han desertado y emprendido su propia lucha por una mejora en el uso y características de las grandes aplicaciones. Ofrece una interesante perspectiva de todos los mecanismos que se han puesto en práctica, no por accidente sino por diseño, para captar nuestra atención y modificar nuestro comportamiento. Personalmente me pareció un gran documental que pone en contexto muchos hechos que ya conocíamos y los liga con los variados problemas que existen actualmente.

Promocional "The Social Dilemma"

El filme me dejó profundamente impactado sobre el poder que ejercen las grandes compañías de tecnología en mi vida personal, y en el entorno en el que me desenvuelvo. Considero entonces que una pequeña reflexión de una cuartilla no es suficiente para expresar todas las ideas y conclusiones que realicé mientras miraba el documental. Es así como nació la voluntad de escribir este ensayo, donde buscaré explicar de manera concisa y crítica las múltiples conclusiones que extrapolé de mi experiencia con el documental, buscando contextualizar el mensaje del largometraje con nuestro ambiente social, mi ambiente personal y algunos aspectos filosóficos y literarios.

 

El mercado de la atención humana


Desde que existe el concepto de anuncio publicitario, ha existido un mercado donde distintos actores compiten por y comercian con la atención humana. Lo vemos a diario, en los espectaculares, en la televisión, en la radio, en los periódicos, etc. No ha habido medio; ya sea escrito, sonoro o visual; que no haya ocupado de alguna u otra manera la propaganda para diseminar una idea, un producto o un servicio. Y aunque a lo largo de la historia estos mecanismos han sido utilizados para fines inhumanos y autoritarios, en su mayoría la publicidad se había mantenido como una actividad relativamente inofensiva e inconsecuente a nuestro haber diario. Sin embargo, la realidad ha cambiado y lo ha hecho a un ritmo increíblemente acelerado. En cuestión de 20 años, tenemos ahora sistemas automáticos, no supervisados, cuyo único propósito es publicitar. Los famosos (o infames) algoritmos han cobrado cada vez más fuerza con cada año que pasa, y las organizaciones que las han creado se han beneficiado enormemente de este inaudito crecimiento. Y son, en su mayoría, las redes sociales las que han explotado estos programas automáticos con un fin meramente económico: vender y crecer.


Segio Ingravalle - "Fishing for attention"

¿Y como afecta esto al usuario común? La cantidad de problemas es extensa, y varía en rango y complejidad. Sin embargo, dejaré las situaciones más graves para más adelante y me enfocaré en aquellos problemas diarios que la mayoría, incluyéndome, ha sufrido en un punto o en otro.



 



Minería en la mente humana


Un minero pica la roca para abrirse paso entre las profundidades de la corteza terrestre, y así extraer algún mineral valioso. De la misma manera, los algoritmos se abren paso entre nuestra corteza mental para extraer y explotar nuestra atención; y tal cual como los túneles mineros pueden colapsar, una sobrexposición a estas tecnologías puede causar estragos dentro de nuestro cerebro.


El primer, y más común síntoma, es la reducción de los intervalos de atención. Esto quiere decir, que, con el uso prolongado de las redes sociales, se reduce la cantidad de tiempo dentro del cual podemos concentrarnos sin sucumbir ante distractores externos. Se pierde cierta resistencia mental; como un maratonista que empieza a fumar, cada vez podemos esforzarnos menos a la hora de realizar actividad mental intensiva. ¿Qué conlleva esto? Nos aburrimos con más facilidad, tardamos más tiempo en poder concentrarnos en nuestras tereas diarias, somos más propensos a dispersarnos, somos menos eficientes a la hora de trabajar, cometemos más errores, y olvidamos información con frecuencia. Los efectos son ligeros y lentos, pero constantes, muchas veces ni los notamos. Yo mismo al estar escribiendo este texto ha tenido que luchar constantemente contra mi propia mente que súbitamente pierde el tren de pensamiento sin ninguna causa aparente, solo se desconecta. ¿Y tú, lector? ¿Cuántas veces has movido tu atención de este texto por ninguna razón en particular? ¿Cuántas líneas ya te saltaste porque el texto estaba muy aburrido?


 

La droga de la nueva era


El segundo, y más grave síntoma, es la adicción que las redes sociales y otras plataformas digitales generan. Estas aplicaciones están diseñadas para activar los sistemas de recompensa de nuestro cerebro: cada que recibes notificación, dopamina; cada que recibes un like, dopamina; cada que llega un comentario, dopamina. Generan una sensación muy placentera, que algunos estudios comparan con aquella que sentimos al recibir dinero o comer algún dulce, y hay incluso quienes la ponen al mismo nivel que el sexo o alguna droga recreativa. Y como cualquier actividad profundamente placentera, buscamos repetirla, y es en esa búsqueda de repetición constante que el problema nace. Con cada descarga de dopamina, generamos resistencia, necesitamos más para sentirnos satisfechos, por lo que usamos más las redes; perpetuamos así un círculo vicioso, que lento pero seguro desemboca en una total codependencia por nuestro aparato inteligente. Llega un punto en que tomar el celular es casi instintivo, y privarnos de él por tiempos prolongados nos produce cierta incomodidad, una ansiedad subyacente que nos insiste en abrir Facebook y ver, solo un ratito, que han publicado los demás.


A través de estas aplicaciones, hemos creado lo más cercano al Soma, la droga descrita en la novela distópica de Aldous Huxley “Un Mundo Feliz”: Una pastilla comestible que le da felicidad al usuario, lo calma, y le produce visiones placenteras; una droga perfecta sin efectos secundarios desagradables, comestible en cualquier lugar a cualquier hora. Las redes sociales hacen ahora prácticamente lo mismo, nos recompensan, nos tranquilizan y nos ofrece una visión del mundo hecha a nuestra medida y para nuestro confort. Más importantemente, nos ciegan a los verdaderos problemas que nos rodean, nos condicionan a vivir pegados a la pantalla; se han convertido en el gran chupón de la humanidad, hecho para callarnos y tranquilizarnos a la menor señal de incomodidad. Si no me crees, piensa un momento lector, ¿Cuántas veces ya revisaste tus notificaciones mientras leías esto?


 

Cambio en el comportamiento


Como ya se mencionó, el objetivo principal de las grandes compañías es vender nuestra atención a los anunciantes que se promocionan dentro de sus plataformas. Sin embargo, mera exposición no hace una gran diferencia a la hora de anunciarse; la verdadera ganancia se obtiene cuando se modifica el comportamiento del usuario para comprar el producto o creer lo que uno dice, un aspecto que ya tienen cubierto las redes sociales. Con su poder de procesamiento miles de veces superior al de cualquier cerebro humano, el algoritmo registra y prueba de manera continua cual es el contenido que más tiempo te mantiene dentro de la aplicación, y modifica poco a poco las sugerencias para maximizar ese tiempo. Lento pero constante, la máquina te dirige hacia contenido “viral”, controversial o atractivo para mantenerte pegado a tu pantalla; ya que finalmente, mientras más tiempo ocupas viendo tu feed, más oportunidad hay de que veas anuncios.


Luke Brookes - "Alife Lab #1"

De esta manera es como somos manipulados sin darnos cuenta, y se modifica nuestro comportamiento. Se crea un sistema de retroalimentación donde nosotros continuamente le informamos al algoritmo que nos gusta, que nos disgusta y a que le prestamos atención. Por su parte, la máquina construye a base de sugerencias una realidad hecha a mano para continuar con el ciclo, separando cada vez más nuestra percepción del mundo de la realidad.


 




¿Un ataque al libre albedrío?



Nos jactamos de decir que vivimos en una nación libre, donde todos tenemos derecho a expresarnos. Celebramos nuestra capacidad de tomar nuestras propias decisiones, y la valoramos por encima de todo. A fin de cuentas, ¿Qué sería del mundo sin el libre albedrío? Tal vez estamos viviendo en un mundo así, donde el pensamiento crítico y la toma de decisiones son cada vez habilidades menos comunes. Si un algoritmo puede determinar la manera en que creo o no creo algo, si una máquina modifica sin que me dé cuenta mi comportamiento, ¿hasta qué punto no podría también influenciar mis decisiones?


Se vio un ejemplo en la elección estadounidense de 2016, donde resultó ganador el candidato republicano (y actual presidente) Donald Trump. Es ya bien sabido que durante el proceso electoral se llevó a cabo una campaña paralela de desinformación, orquestada por individuos rusos, que buscaba asegurar la victoria de Trump. Es desconocido hasta que punto fue efectivo, pero si asumimos por el resultado de dicho proceso electoral que la operación tuvo un relativo éxito, estaríamos levantando cuestionamientos graves respecto a la libertad que tuvieron los votantes. ¿Cuántos millones de personas votaron porque creyeron las noticias falsas o exageradas que leyeron en internet? ¿Cuál hubiera sido el resultado sin la interferencia rusa? El mismo cuestionamiento podemos llevarlo a otras esferas de la vida; pero como desconocemos hasta que punto estos mecanismos pueden influenciar nuestra toma de decisiones no podemos asegurar con hechos si los algoritmos han erosionado el derecho universal a la libertad. Solo nos queda preguntarnos, ¿habría tomado las mismas decisiones si no hubiera leído tal o cual artículo en mi feed? ¿Estaría en el mismo lugar en el que estoy ahora si no hubiera seguido esa recomendación de Youtube?


 

Rage against the machine


En este punto tal vez surja la pregunta, ¿Qué puedo hacer yo para cambiar esto? Y aunque la respuesta no es sencilla, no es tampoco completamente fatalista. Parte de la solución comienza en conocer el efecto que tienen las redes sociales en nosotros, cosa que hace magníficamente el documental y que procuré replicar en este ensayo. Y después hay que tomar acción para limitar la influencia y el control que ejercen sobre nosotros estas plataformas. Se puede comenzar por lo básico: silenciar las notificaciones de las aplicaciones que no son urgentes, modificar los parámetros para que los programas no puedan rastrear lo que haces, y disminuir el tiempo que le invertimos a las redes sociales. Hay también que abogar por plataformas más humanas, diseñadas no para explotarnos, sino para generar una experiencia positiva de manera ética.



No podemos negar el bien que nos ha traído el internet; somos capaces de comunicarnos hacia el otro lado del mundo en segundos, podemos ordenar lo que queramos con solo picar un botón y podemos buscar cualquier dato que necesitemos. Pero una herramienta tan poderosa conlleva también un sumo cuidado a la hora de manejarla. Fuimos muy irresponsables con el internet esta última década, más nos vale mejorar eso en la década que apenas comienza.


Decía Ray Bradbury en su libro Fahrenheit 451 que la mejor manera de que la gente dejara de leer, de pensar por si misma, no era a través de la represión, sino a través de la indiferencia; una sociedad deja de ser crítica cuando la gente deja de interesarse por los problemas que los rodean y se vuelve conformista. No hay que dejar que eso nos suceda, hemos llegado tan lejos como raza humana para rendirnos en el punto más crítico. Seamos el cambio que queremos ver en el mundo, y todo comienza dejando a un lado esa pantalla para voltear a ver a lo que de verdad importa.


"No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe.." - Ray Bradbury

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